jueves, 7 de abril de 2011

Mirando mi modo de estar en el mundo...

¿Cuántas veces compramos esperanzados un nuevo libro que traerá le receta perfecta para que nuestros resultados cambien? En principio nos encontramos motivados confiados en que esta vez sí encontramos justo lo que estábamos necesitando.

Pero pasa el tiempo, y junto con el tiempo, la motivación... y los resultados no llegan…

Finalmente, sumamos un libro más a nuestra amplia biblioteca.

Y una y otra vez reincidimos en lo mismo.

Una y otra vez intentamos cambiar el afuera, intentamos cambiar las acciones sin darnos cuenta que debemos ir un paso atrás. Necesitamos cambiar nuestro estar siendo en el mundo. Hay algo en ese observador que estamos siendo, que no nos permite lograr la vida que queremos, no nos permite alcanzar los resultados que nos importan.


A veces tenemos tanto miedo a cambiar, que no nos damos cuenta de que tenemos la capacidad de re-inventarnos tantas veces como lo decidamos. Necesitamos comprender que si no cambiamos el observador que estamos siendo, las cosas no van a cambiar.

Nos produce miedo el cambiar; como si fuese mejor quedarnos como estamos antes que probar, antes de equivocarnos pero buscando lo que de verdad queremos. Sin ver que equivocarnos es parte de aprender, es solo una muestra de que esta vez no hemos tenido éxito… esta vez

Pensamos – aunque no tengamos fundamento a veces para ello- que hasta acá es hasta donde podemos llegar. Es que ya tantas veces lo intentamos y no funcionó, hemos probado tantas recetas, tantas formulas diferentes…

Sin embargo, el cambio es necesario en otro lugar: a veces en nuestro modo de mirar el mundo, de mirarnos nosotros, en nuestra emocionalidad, en nuestras conversaciones internas, en nuestras conversaciones con los otros, en las creencias que sostenemos aún cuando solo nos causan sufrimiento e imposibilidades…



Si queremos lograr cambios profundos, cambios que nos sirvan y se sostengan en el tiempo; si queremos conocer y desplegar nuestro potencial, ser nosotros los que elijamos en lugar de que lo hagan las circunstancias, las personas, nuestras emociones, … necesitamos re-pensarnos, aprender y re-crearnos a partir de nuestros aprendizajes y observaciones.



"Puedes llegar a cualquier parte, siempre que andes lo suficiente."

Lewis Carroll








Reflexionando…
¿Qué pensamientos estas sosteniendo? ¿Cuáles son las conversaciones que mantienes contigo mismo? ¿Y con los otros?
¿Qué sucede con tus emociones? ¿Sabes capitalizarlas y son un aporte en tu vida diaria?
¿Cuáles son tus estados de ánimo más frecuentes? ¿Qué cosas te deparan, proyectan y te posibilitan los estados de ánimo en los que sueles estar inmerso?
¿Cómo son tus tiempos, tus descansos, tus espacios de disfrute, los espacios de silencio, los espacios de encuentro contigo para poder escuchar qué es lo que quieres?
¿Qué mirada que sostienes ya no te sirve? ¿Qué resultados o consecuencias de malas experiencias anteriores has dejado que tiñan espacios del presente?
¿Cómo te miras a ti mismo? ¿Y a los otros? ¿Es una mirada que abre o cierra caminos?
¿Qué cosas que son importantes para tí relegaste o desatendiste?

miércoles, 16 de marzo de 2011

EL DÍA QUE CONOCÍ A iNÉS. POR CARLOS RAFAEL LANDI


Hay vidas enteras que nacen y mueren sin que haya sucedido nada importante, y días
que valen por toda una vida"


Los recuerdos suelen tener la pureza de un día soleado. Tal vez por eso la imagen de Inés me viene de golpe cada vez que regreso a ese 31 de Julio. Y claro, también aparecen los días del colegio, cuando la vida apenas consistía en correr unas cuadras detrás del colectivo solo por el gusto de mirar en secreto a la profesora de Caligrafía, escuchar canciones en el Wincofon de Los Beatles, Los Gatos o Sylvie Vartan, y también tocar el bajo en el grupo Leyenda.

A veces me parece ver a Inés salir de la escuela, pecosa y exacta como hace tantos años... Sin embargo, cuando lo pienso mejor, me doy cuenta de que la vida es una especie de ilusión óptica: vemos lo que no existe o lo que existió alguna vez y que nunca más tendremos. Es entonces cuando regreso a ese día en que su imagen cambió para siempre todos mis inviernos.

Fue esa tarde de Julio calurosa. Yo tenía entonces diecinueve años y no conocía otra cosa que no fuera la adoración a ídolos o la melancolía. Recuerdo clarito cuando salió del colegio a las seis menos cuarto y la crucé en José María Moreno, casi por un azar, era un arreglo de la tía Coca. Aunque tenía miedo de decir algo que no le gustara no parecía perturbarse demasiado. Por el contrario: la hice reir.

Creo que fue justamente esa primera imagen -su rostro radiante- la que me hizo comprender que Inés no parecía de este mundo. Sólo la música me parece capaz de expresar la vehemencia que experimenté aquella tarde. Inés era hermosa, y su rostro tenía una armonía tan perfecta que no dejaba lugar a dudas: era casi un ángel.

Ese día comenzó mi locura. Empecé a frecuentar su casa con la secreta intención de verla nuevamente y hasta cometí algunos excesos, lo reconozco. Pero ¿Qué otra cosa me quedaba por hacer?. Ella había trastocado mi vida para siempre.

Le gustaba leer a Freud -lo hacía de soslayo para no levantar ningún manto de sospecha-, mientras yo me quedaba mirándola desde algún lugar distante con el enamoramiento propio de un adolescente enajenado: esperando el momento oportuno para saltar el abismo que existía entre su divinidad y mi intelectualidad reprimida.

Así pasaron varios meses en los que, con una exagerada actitud de desesperación, corría al colegio y a la casa sólo para verla. El lugar comenzó a hacerse conocido y cuando llegó la primavera me encontré invadido totalmente por el amor. A veces me escondía entre las tapas de sus libros y pasaba horas embelesado contemplando su rostro ausente, como el de un doliente al que se le acaban las oraciones. Otras veces -sobre todo cuando los amigos maliciosos rondaban el lugar- simplemente merodeaba como un perro sin dueño por las márgenes de su entorno para controlar que nadie la perturbara.

De a poco fui descubriendo que las Escrituras tienen razón. El amor es brujo: conoce los más íntimos secretos pero también exige los más grandes esfuerzos. Tal vez por eso, el amar a Inés en esa forma, significó no sólo una locura de juventud sino también mi única redención.

Con el tiempo conocí más cosas sobre ella. Supe de su interés por Vivaldi y los relatos de Cortázar (Rayuela). Pero sobre todo -y esto explica algunas cosas-, pude conocer que había nacido para mí. De su familia, en cambio, vi una madre rica en virtudes culinarias que nunca traspuso la puerta de su casa y un padre que simulaba muy bien ser autoritario, esos eran sus referentes inmediatos. Tenía también un hermano tan blanco como ella que concurría al tercero B y con el que solía jugar algunas veces en el patio de su casa, y además una hermana, también muy bella con la que grabábamos en mi Sony obras de terror de Narciso Ibañez Menta y con la que una vez fuimos solos al cine a ver una de Drácula.

Por fin, guardé mis dudas sobre sus gustos en el bolsillo y decidí regalarle un libro, no sabía si le iba a gustar. Había trazado un plan: la esperaría a la salida de la escuela, pero un examen sorpresivo de Matemáticas se encargó de arruinarme la partida. Cuando llegué a la casa Inés ya estaba sentada en la mesa estudiando, rubia y hermosa, como si estuviera posando para un fotógrafo imperceptible. Tenía toda la nerviosidad del atardecer.

La miré inmóvil desde mi escondite, entre las hojas de un viejo libro, mientras contenía la respiración. Temía que el menor movimiento transformara mi miedo en el desencanto de ella. Mi estómago parecía sufrir las consecuencias del momento: un dolor se movía dentro amenazando con arruinar la entrega de la preciada obra, le iba a regalar "Cien años de soledad" de García Márquez y no sabía como reaccionaría.

De pronto -casi intencionalmente-, Inés miró sonriente hacia mi escondite, vió el libro y clavó sus ojos en los míos. Lo hizo con tal dulzura que una mezcla de gratitud y amor nos unió en un beso interminable. Era su autor favorito.

Después de aquella tarde la volví a ver casi todos los días de mi vida. Los años se evaporaron, Inés y yo pasamos a vivir un tiempo distinto de adultez y dejamos la adolescencia. Alguna vez volvimos a Caballito. Sin embargo, nunca más me animé a recorrer de nuevo los adoquines de la calle Senillosa.

Aún la amo con todo mi corazón. Y pensar que todo comenzó con el embrujo de la tía Coca

sábado, 25 de diciembre de 2010

Sobreponerse a un gram amor...


El momento inmediatamente posterior a una ruptura suele ser de desánimo con respecto al futuro de las relaciones amorosas. Una especialista ofrece una serie de tips para sobrellevar esta situación




Todos anhelamos no sufrir por amor, pero ciertamente es bastante difícil que no nos toque el dolor por una ruptura amorosa.

¿Y después? ¿Qué pasa con el después?

Y… Seguramente voy a estar triste; tal vez llore mucho, o poco… ¿Pero me quedaré resentida y a la defensiva para no volver a pasar lo mismo? ¿Pagarán justos por pecadores?

Lo cierto es que cada persona lo afronta como puede, y justamente a los efectos de facilitar la llegada del olvido existen procesos, modos de disminuir el sufrimiento:

1- Lo primero es darse cuenta, luego de los clásicos enunciados “estoy confundida”, “no sé qué me pasa”, “necesito un tiempo”, etcétera, que es el momento de enfrentar la realidad por más dolorosa que resulte: hay que aceptar que esta relación se t-e-r-m-i-n-ó.

2- Apelar a los sostenes afectivos: amigos, familia, etcétera, lo que ayude a no sentirse en menor desamparo y soledad. Y, mientras tanto, interrogarse acerca de qué pasó, cuándo comenzó este desenlace, qué es lo que no se vio a tiempo, y de haberlo visto, si lo hubiera podido evitar.

3- Es importante respetarse, mantener la dignidad. Esto significa no inventar justificaciones para llamar, pedir, preocupar y posiblemente obtener “más de lo mismo”. Aunque el dolor nos toque la puerta es bueno respetarse y respetar pues los deseos no son voluntarios.

El amor no siempre es recíproco. Ello significa que por más que llamemos, entreguemos, suframos o extorsionemos, en una palabra, por las buenas o por las malas, si no hay encuentro, no lo hay. Y si nos damos cuenta de ello entonces comenzará el tiempo de sobreponerse a la ruptura.

Tratar de no aturdirse en exceso

La mayoría de las veces es bueno proponerse un momento de soledad para interrogarse, reflexionar a los efectos -y no solamente de pensar- para darse cuenta cuánto influye uno en el desenlace. Esto especialmente es bueno para salir fortalecido de la experiencia dolorosa.

Si hemos podido lograrlo, entonces comienza un nuevo momento. ¿De qué se trata? Pues de retomar actividades placenteras que habían sido dejadas de lado por “amor”.

¿Estudios? ¿Amistades? ¿Hobbies? En síntesis, de retomar fuentes de placer y de sostén que se habían relegado.

Así, poco a poco, llegará un día en que te encuentres otra vez atractiva/o, deseante de salir al mundo, o sea aceptar una invitación a una fiesta, a tomar un trago, a vivir mejor; y esta acción dará cuenta que comienzas a recuperarte de tu dolor de pérdida y entonces probablemente llegue el momento más importante.

Hay que valorar la soledad o, lo que es lo mismo, aprender a estar con uno mismo, pensarse en singular para vacaciones, gimnasia, viajes, lo que fuere y, por más que cueste, saber que hay soledades muy buenas, ricas, productivas y madurativas.

No debe negarse a nuevos comienzos: después de todo lo pasado y aunque la desconfianza se haya instalado, es bueno permitirse abrir las puertas a las posibilidades que la vida nos ofrece teniendo siempre presente que un nuevo amor debe ser exactamente eso, un nuevo amor y no un clavo que saque otro clavo.

Todo depende de cada persona. Algunos toleran mejor que otros el dolor y la autocrítica y se toman un intervalo para cambiar. Otras personas necesitan de “aventuras” y en el “mientras tanto” elaboran el olvido, el abandono y pueden al fin dar vuelta la página.

domingo, 31 de octubre de 2010

La ansiedad y el monstruo interno.

Una metáfora proveniente de la Terapia de Aceptación y Compromiso compara a la ansiedad con un monstruo que vive y se alimenta de adrenalina. Cuando algo nos avisa que hay un peligro, como entrar en una escalera mucho más empinada de lo esperado, realizamos una descarga automática de adrenalina y el monstruo que estaba dormido se despierta y logra que de forma automática nos agarremos a la barandilla y nos ayuda a no caernos. Nos damos cuenta de que tenemos el monstruo dentro y que se ha quedado, porque mientras digiere la adrenalina está fuerte ya que todavía le queda alimento para vivir. Cuando pasa el tiempo sin que veamos un nuevo peligro el cuerpo recupera su nivel normal de adrenalina y el monstruo se hiberna, porque no tiene suficiente alimento. Cuando es el propio monstruo el que nos da miedo y lo queremos echar del cuerpo, y luchamos para que desaparezca de inmediato, volvemos a hacer otra descarga de adrenalina para poder hacer el esfuerzo de luchar contra él. El monstruo, encantado porque tiene más alimento, crece y se hace más amenazador, nos dice que va a comernos el cerebro, que nos va a dañar el corazón, y la garganta nos la va a paralizar para siempre. Si aceptamos al monstruo en nuestro cuerpo y no hacemos nada para que se vaya, dejaremos de darle alimento y el monstruo morirá de inanición. Siempre viviremos el riesgo de que no se vaya, porque no estamos haciendo nada para conseguirlo. Tendremos que acostumbrarnos a escucharle decir "¿y si no me voy y te da un ataque al corazón o te vuelves loco, o se te bloquea la garganta para siempre?" y, tendremos que no hacer nada de lo que implícitamente dice, "¡lucha!, ¡huye!" pese al miedo que sentimos. En el tartamudeo atisbar una palabra difícil o una sensación de que no se va a poder hablar, dispara la adrenalina y se comienza la lucha para evitar o salir del bloqueo. Cuando se ha salido, la propia excitación avisa de que se está en una situación peligrosa y dice que hay que seguir la lucha. Aprender a no hacerlo es el objetivo de la desensibilización en el tartamudeo.

Como en todo proceso de habituación es imprescindible que los sucesos se repitan durante mucho tiempo para que se dé. Todos sabemos que los hombres somos capaces de habituarnos a las condiciones de vida más difíciles, solamente necesitamos tiempo y querer hacerlo, es decir, exponernos a ellas sin huir.

lunes, 18 de octubre de 2010

facebook o el fin de los "ex".

Hace poco, dos amigos se divorciaron. Me lo contó una conocida en común y lo confirmé por Facebook cuando vi que en donde antes decía "casado" ahora no había nada. Como se consideraban dos personas sabias y tenían dos hijos en común, decidieron seguir siendo "amigos" y tomarse la ruptura no como una pelea sino como "una bifurcación en sus caminos". O algo así le dijeron a todo el mundo.

Unos meses después, sin embargo, él empezó a salir con otra chica. Por discreción no habló del tema ni siquiera con su familia, pero su nueva novia (que también estaba en Facebook) subió las fotos de su cumpleaños, lo etiquetó en eventos a los que fueron juntos, habló de él en su timeline de Twitter, e incluso puso una foto de ella sentada a upa de él en su perfil.

Desde entonces, mi amiga pudo seguir toda la nueva vida de su ex marido como si la estuviera viendo en la tele. Aunque no lo buscara, su ex se le aparecía en las actualizaciones de Facebook todos los días. Leía los mensajes de sus colegas emocionados con la nueva pareja, los de la chica comentando lo que habían visto juntos en el cine, o de los parientes que él le había presentado el fin de semana anterior. Cada vez que la nueva novia lo etiquetaba en algo, automáticamente salía en su perfil: " Nueva novia etiquetó a Ex marido en una foto", " Nueva novia dice que le gusta esto", " Ex marido dice que le gusta lo otro", " Nueva novia es una gata. ¿Qué clase de animal serías tú?"

Podría haber cerrado su cuenta, es verdad, pero la tentación de hacer click y mirar era tan grande como la angustia que venía después. Tampoco tenía muchas alternativas. Quedaba mal bloquear al padre de sus hijos (¡que también tenían perfil de Facebook!) y no tenía ganas de ser una ex mujer despechada, así que se aguantó en silencio verlos besarse en el cumpleaños, leer los comentarios románticos de ella, y ser testigo de todas las salidas que registraban en foto.

Con el tiempo, mi amiga empezó a pasar noches enteras frente a la notebook, con una copa de vino en la mano, recorriendo las mismas fotos en busca de detalles para hacerse malasangre. Fueron de camping. De viaje a Colonia en fin de semana. La ayudó a mudarse. Le llevó el desayuno a la cama el Día de la Traductora. Todo, en su cara, todos los días, como una trompada en loop que no terminaba nunca.

Facebook es, no sólo una red social, sino una máquina del tiempo. Podés viajar a tu infancia y ver lo hecho bolsa está tu primer novio, comprobar si fracasaron los matoncitos de la secundaria, recuperar parientes lejanos, o adelantarte y averiguar datos sobre una persona que van a presentarte el próximo fin de semana para salir.

Facebook está sólo en presente. Las ex parejas, los ex jefes, los ex amigos están siempre ahí, saludando en las fotos, en los eventos a los que estás invitado, en los muros de tus conocidos. Como Terminator, no desaparecen, no se los traga la tierra, no dan nunca el portazo. Viven volviendo, siendo, existiendo detrás de cada aplicación, de cada click, de cada juego, aunque afuera de la computadora ya no estén.

Las redes sociales hicieron el "hasta nunca" imposible. ¿Cómo no desterrar de tu vida a alguien que tiene tus mismos contactos si ellos le hablan todo el tiempo? ¿Cómo dejar atrás los recuerdos de un ex que coincide en todas tus preferencias, que se suscribe a las mismas páginas de música, que dice cosas inteligentes en su perfil? ¡Si está ahí, a uno o dos clicks de distancia, en el muro de un viejo amigo en común!

Afuera, en el mundo real, quizás la gente se separe y nunca vuelva a verse. El novio que te deja para irse a vivir afuera no existe más. Se sube a un avión y está en otro país, hablando otra lengua, a quince mil kilómetros de distancia, con otro número de teléfono, otra dirección, otros conocidos. Adentro de Facebook, para bien o para mal, ese novio viajero es tu vecino para siempre.

Carolina Aguirre se recibió de guionista en la Escuela Nacional de Experimentación y realización cinematográfica (ENERC) en el año 2000. Es autora de los blogs Bestiaria (que se editó como libro bajo el sello Aguilar en 2008) y Ciega a citas que además de transformarse en un libro se transformó en la primera serie de televisión adaptada de un blog en español.
Colaboró con diversos diarios y revistas como Joy, Crítica de la Argentina, In, Metrópolis, Gataflora, Ohlalá y La mujer de mi vida .
Como guionista escribe para televisión y publicidad en canales y productoras como Pramer, Promofilm, Mandarina y Camilo Ad Hoc.
Actualmente es columnista del programa Mañana es tarde, en Radio del Plata AM 1030 y en su blog Wasabi , en Planeta Joy . Se encuentra trabajando en su próximo libro, que saldrá directamente en papel a fines del 2010.

jueves, 14 de octubre de 2010

el trastono de pánico.

Este curioso trastorno ha crecido sobremanera esta última década, tanto es así que bien merece una descripción, tanto fenomenológica como de su manera de pensar, tan peculiar por cierto.

Comencemos con la palabra pánico: deriva del dios Pan, de la mitología griega, era mitad niño y mitad cabra, y daba un grito que paralizaba de terror al que lo escuchara.

En sentido coloquial pánico quiere decir extremo miedo –y créanme que corresponde a lo que ocurre- pero psiquiátricamente quiere decir miedo a un peligro interno del cuerpo –a diferencia de la fobia, que le teme a algo exterior al cuerpo: cucarachas, aviones, perros, etc.- ¿Cuál es el peligro interno? Básicamente los siguientes: a morir (de un infarto o un ataque cerebral) a volverse loco, a ‘perder el control’, o bien a desplomarse.

El cuadro consiste en la aparición brusca de ciertas sensaciones corporales, inocuas, pero que el paciente interpreta de modo catastrófico, es decir, como señal de muerte inminente, o tal vez de locura o pérdida de control inmediatos. Cualquier sensación corporal que no comprenden, es para ellos (los panicosos) señal de que sobreviene la catástrofe: un mareo es señal de un ataque cerebral, las palpitaciones u opresión en el pecho son señales de ataque cardíaco inminente, y así sucesivamente. Tienen muy escaso contacto consigo mismos, de modo que ante la pregunta “¿qué te ocurrió un rato antes del ataque?” la respuesta es siempre “nada”.

Tienen gran dificultad de relacionar los hechos de la vida con sus respuestas emocionales.

Si se les pregunta qué cosas hicieron ayer, no recuerdan los detalles, sólo algo global; pero si les preguntamos cómo se sintieron ese día, explicarán con lujo de detalles todas las sensaciones corporales que tuvieron, a qué hora, y cuánto duró. (yo les digo que hablan en su idioma, el “paniqués”).

¿Qué diferencias hay con la hipocondría? Básicamente dos:

1) Los hipocondríacos se preocupan sobre todo por cosas del cuerpo, como manchas, ganglios, nódulos, pecas, pérdida de peso, dolores. En cambio los panicosos se preocupan por las funciones autonómicas del cuerpo, como la frecuencia cardíaca, mareos, transpiración, nudo en el estómago, garganta seca, etc. Son cosas que están fuera de nuestro control, por eso se llaman autonómicas. Si el hipocondríaco observa obsesivamente sus pecas o ganglios, éstos no crecen por el hecho de observarlos, mientras que las sensaciones autonómicas del pánico sí crecen al estar el sujeto pendiente de ellas todo el tiempo, lo que provoca el fenómeno de la bola de nieve, creciendo más y más hasta llegar a producir un ataque de pánico, cosa que no ocurre con el hipocondríaco porque la mancha no se modifica.

2) El panicoso no cree estar enfermo, cree que vendrá una enfermedad fulminante si se descuida, en cambio el hipocondríaco cree ya tener la enfermedad, pero que todavía no se la han descubierto.

Si un panicoso tuvo un ataque de pánico en un restaurante, no puede ir más a restaurantes; lo mismo si lo tuvo en un cine, o un aula de la facultad, etc., con lo cual van limitando más y más su movilidad y su libertad. Suele ser imposible concurrir a shoppings o hipermercados, lo explican como que hay mucha gente y se complica la salida, por la cola en la caja, etc. Pero hay otro motivo que desconocen: son muy sensibles a la falta de aire.

En la población general, la estadística muestra que 0,15% de casos tuvo un episodio de asfixia en la niñez con piletas, almohadas, etc. En cambio en estudios hechos en panicosos, 16% de ellos tuvieron esos episodios.

Ahora bien, en los shoppings e hipermercados hay un sistema de ventilación a circuito cerrado, con una proporción de CO2 mucho mayor que lo habitual, lo cual les provoca sin saberlo, una alarma de asfixia, por tener el centro respiratorio hipersensible por su historia de asfixias.

Tratamiento efectivo con Terapias de Avanzada

En cuanto al tratamiento, no hay que dejarse deslumbrar por la medicación: al cabo de cinco años, 55% de ellos recaen y vuelven a tener los ataques de pánico.

Lo más eficaz es la Psicoeducación, seguida de la aplicación de las Terapias de Avanzada®, que consiste en una explicación coherente y genuina de las causas de cada una de las sensaciones corporales, y de los pensamientos catastróficos, así como la compresión de la(s) situaciones(s) que desencadenaron su primer ataque, hasta que le parezcan lógicas y comprensibles que hayan desencadenado ese tipo de reacción emocional: eso evitará que vuelva a ocurrir.

Con estas novedosas y revolucionarias técnicas esta enfermedad se cura definitivamente en menos sesiones que los dedos de una mano.